Author: Marta Álvarez Martín
•8:36


Me instalé en Italia el 15 de septiembre de 2009. Y precisamente hoy, 15 de diciembre, cuando han pasado 3 meses, es cuando por fin me atrevo a hablar un poco del país, a opinar desde mi más modesto punto de vista. Y es que Italia, más que el país de los teatros (como apunta sabiamente Miguel Mora en su artículo de hoy de El País), es el país de los temores, encubiertos peligrosamente en fanatismos desesperados. En mi Universidad lo saben, por eso cuando mis profesores opinan sobre temas espinosos procuran una justificación. Hay que andarse siempre con ojo. Por eso quiero dejar claro que yo no vengo a juzgar a la población italiana, ni mucho menos, sino a intentar hacerla comprender a aquellos que quieran leerme.

En Italia todavía hay muchas heridas abiertas. Estas a veces provocan frustración, y junto con ella, peligrosos frentes de devoción. Mezcla explosiva, como hemos podido comprobar estos días ante la agresión a Berlusconi. Puedes encontrar fácilmente al italiano que adora a Berlusconi y lo llama el más grande de Italia y de la “destra”, y al absoluto refractor violento de la también mal llamada “sinistra”. Todo es blanco o negro, sin matices, sin ambigüedades. O me amas o me odias. O conmigo o contra mí. Siempre, en todo. Si no tienes una posición definida es que eres indiferente, exento de opinión. Tema peliagudo el de la crítica, considerada históricamente como flaqueza de la solidez que debe tener una nación. He aquí el punto fundamental del asunto, que más que el odio, es el miedo a perder la apariencia.

Italia, tan antigua y maestral, cuna de Occidente, es todavía una nación muy joven. Un país que hace poco que ha vivido uno de sus periodos más cruentos, y que ha querido enterrar sus problemas lo más pronto posible, por miedo a una resurrección infundada, sin enfrentarse aún a un debate profundo y reflexivo sobre su reciente devenir político y social. Desde mi punto de vista, Italia necesita más auto-crítica, y solo así podrá enfrentarse a esa violencia enmascarada, tan peligrosa e insensata, revolucionaría en el acto, machacadora de la palabra.

Los hechos deben hacernos reflexionar. Es una obviedad que toda violencia debe ser rechaza. Lo que deberíamos hacer es pensar en qué es lo que ha llevado a ese individuo a esa situación extrema, el por qué de cierto descontento social con la política de Berlusconi, y ese temor voceado en los medios de comunicación italianos a la violencia política. ¿Es éste un caso de un individuo aislado o el favor de un gran sector de la población? ¿Se deben condenar a los grupos de apoyo al sujeto surgidos en Facebook, o considerarlo sólo como una broma? Yo misma he publicado el video en Facebook, no como una burla ni un rechazo, sino por lo anecdótico, paradigmático y sorprendente del acto. Como dice el dicho, de la palabra al hecho hay un trecho, y está en nuestra naturaleza tener pensamientos “impuros”. Pero estos son el mejor principio para una merecida cavilación.

El mundo está cambiando a una velocidad vertiginosa, corriendo el riesgo de dejar el pensamiento y la reflexión atrás. El capitalismo parece dictarnos que vale más el dinero que la palabra, como si fuera posible andar hacia delante sin saber en qué dirección estamos andando. Ahora, más que nunca, debemos de meditar nuestros actos, vigilar el rumbo. No sólo Italia, sino el mundo entero.

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