Author: Marta Álvarez Martín
•2:52

Tengo el blog un poco apartado. Así que os dejo el primer ejercicio que nos han mandado hacer en el Curso de Escritura Creativa de la escuela de escritores de Sevilla Escribes (www.escribes.es). Más abajo os cuento un poco el por qué de la historia. Espero que os guste.




La hormiga número quince se había perdido de la fila. Se fijó en ella. ¿Qué tenia de diferente aquella hormiga?, ¿por qué había decidido romper la fila? Por un momento, María quiso coger a la hormiga y devolverla a su sitio, guiarla cual ángel salvador. Pero sentía una enorme curiosidad por saber el motivo de su huida. Vislumbró entonces el camino que tomaba, quiso averiguar su objetivo, y por fin lo vio: eran los restos de un bocadillo, abandonados en el suelo. Súbitamente calló en la cuenta de que el resto de las hormigas transportaban un pedazo de pan al hormiguero. Menos aquella. No podía regresar a casa sin cumplir su misión.

Lo decía siempre su madre: “Hija mía, en esta vida todo el mundo tiene una misión”. Recordó el día en el que ella le preguntó cuál era la suya. Y su madre, sin pensarlo dos veces, le contestó: “ir a la escuela para aprender”. Y aquí estaba Ana, en la escuela, aunque no sabía muy bien si realmente estaba aprendiendo aquello que tenía que aprender o no. ¿Para qué sirve aprender?, le preguntó un día María. “Para que un día puedas trabajar, y así poder vivir y dar vida, tener tu propia hija. Es una misión muy importante. Por eso tienes que esforzarte y ser buena en la escuela”. Pero el día en el que podría cumplir con su misión se le presentaba muy lejano, casi ni podía imaginarlo. ¿Tendría la hormiga, en realidad, una misión mucho más importante que cumplir?

Ana, que estaba a unos metros del hormiguero jugando a la rayuela, vio a la soñadora María jugando solitaria. Dejó su piedra en el suelo y corrió hacia ella.

- ¿Por qué estás sola? ¿Qué haces?. - preguntó Ana.

- Juego a contar hormigas. - respondió María con tono indiferente. En el fondo, no le importaba la soledad. Estaba acostumbrada a jugar siempre sola en su casa.

- ¡Qué aburrido! - dijo Ana. - Anda, vente con nosotras.

Y María, echando una última mirada a la valiente hormiga, corrió hacia la rayuela.

A los 10 minutos sonó la campana que anunciaba el fin del recreo. Tocaba la vuelta a clase, aunque ahora quedaba menos tiempo para salir del colegio y regresar a casa. No es que no le gustara ir a clase, pero prefería pasar la tarde en su casa haciendo lo que quisiera, sin nadie que le dijera a qué o cómo tenía que jugar. Para volver al aula, todos los niños se pusieron en fila, como de costumbre. Ana contó instintivamente su posición. Sonrío al descubrir que era la número quince.


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Siempre me ha impresionado mucho la primera escena de "Tiempos Modernos", el film de Chaplin, donde un rebaño de ovejas sube unas escaleras, metáfora de aquella sociedad de masas producto del fordismo y de aquellos tiempos modernos. Sin embargo, aunque puede que tuviera mucha validez en su día, aplicarlo a nuestros tiempos me parece un error. Ya lo dijeron los teóricos de la información y la comunicación, los sociólogos, e incluso los publicistas: nuestra sociedad ya no es esa sociedad de masas. Pero, sin embargo, se me viene siempre a la cabeza una imagen análoga que, bajo mi punto de vista, define mejor nuestros "tiempos post-modernos": habría que sustituir a todas esas ovejas por hormigas. Las diferencias son claras: las ovejas necesitan la guía de un pastor, las hormigas, sin embargo, siempre tan perfectas, tan meticulosas y ordenadas, siguen su ritmo por otros motivos. No tienen la mano de alguien que les dice a dónde van, pero tampoco van a dónde quieren. Se rigen según las necesidades que su sociedad va creyendo correctas. Y a mi me parece que así vivimos hoy nosotros: vamos a trabajar, nos buscamos nuestro hueco, casi siempre remando en la misma dirección, y la dirección, ¿quién la pone?. No es Obama, ni Zapatero, ni Merkel, ni siquiera el mayor magnate económico que pueda existir. Son todos ellos juntos, somos nosotros, cual hormigas, las que aportamos nuestro pedazo de pan (o de dinero), a base de esfuerzo, al mundo que hemos creado. Basta de señalar culpables: como las hormigas, aquí todos somos víctimas y verdugos.


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1 comentarios:

On 21 de octubre de 2010, 17:12 , Steppenwolf dijo...

Si partimos de la premisa de que nuestra composición genética determina el 99% de nuestros actos,
nos queda poco margen para la "libertad". Un beso.