Ocurre que a veces me pierdo.Cuando mi cuerpo sigue en pie pero mi mente dice basta. Y los sentimientos me invaden y se apoderan de mi cuerpo,
haciéndome estremecer.
La luz se vuelve más intensa y los colores se difuminan en la lejanía. El mundo se convierte en una pequeña estrella distante.Y yo, cual observadora ciega, permanezco al otro lado de la pantalla, sentada, mirando
sin poder ver.
Las letras se vuelven jeroglíficos, las palabras ladridos, los gestos puñetazos. Mis extremidades no responden; cuando mis manos quieren tocar el cielo y besar sus labios,
sin abrirlos.
Y ya no soy dueña de nada ni de nadie. Solo soy un un par de ojos con dos manos, dos piernas. Tirados,esparcidos.
Pisoteados.
Distendidos en la nada.
No se ha ido. No, aún no. Aún está aquí. ¿Cómo se va a ir? Si la veo cada día, la escucho cada día. Ella aún no se ha ido, aunque todos digan que si. Mienten. No se puede ir. Todavía, no. Pero ya no está. Su sillón está vacío y su casa huele a ausencia. Y aquel día, cuando vimos aquellas flores y aquella caja que se selló, pensamos que ella se quedaría ya allí. Y lloré, amarga y dolorosamente, pensando que no la volvería a ver, que no la volvería a besar, ni abrazarme a ella ni decirle que la quiero. Porque creía en la muerte. Anticatólica, antiapostólica, antiromana. Antidioses antileyes. Que joven era entonces, cuando pensaba que bastaba con no creer en Dios. Tanto pensar en lo imposible de su existencia, temblando ante el solo pensamiento de la muerte y su guadaña, y nunca me había parado a creer y pensar en la vida..
Confieso que sigo llorando, a veces, porque no sé si ella sabe que todavía no se ha ido. Y me hubiese gustado que lo supiera. Me gustaría habérselo dicho. Haberle dicho en el último momento que no se preocupará, que no iba a ninguna a parte, que la volvería a besar y a abrazar cada noche de mi vida. Que estaría siempre conmigo. Hasta que agridulcemente nuestro rastro se borrara con algo más maravilloso.
Es la vida, y no la muerte, la que permanece.
Tengo el blog un poco apartado. Así que os dejo el primer ejercicio que nos han mandado hacer en el Curso de Escritura Creativa de la escuela de escritores de Sevilla Escribes (www.escribes.es). Más abajo os cuento un poco el por qué de la historia. Espero que os guste.
La hormiga número quince se había perdido de la fila. Se fijó en ella. ¿Qué tenia de diferente aquella hormiga?, ¿por qué había decidido romper la fila? Por un momento, María quiso coger a la hormiga y devolverla a su sitio, guiarla cual ángel salvador. Pero sentía una enorme curiosidad por saber el motivo de su huida. Vislumbró entonces el camino que tomaba, quiso averiguar su objetivo, y por fin lo vio: eran los restos de un bocadillo, abandonados en el suelo. Súbitamente calló en la cuenta de que el resto de las hormigas transportaban un pedazo de pan al hormiguero. Menos aquella. No podía regresar a casa sin cumplir su misión.
Lo decía siempre su madre: “Hija mía, en esta vida todo el mundo tiene una misión”. Recordó el día en el que ella le preguntó cuál era la suya. Y su madre, sin pensarlo dos veces, le contestó: “ir a la escuela para aprender”. Y aquí estaba Ana, en la escuela, aunque no sabía muy bien si realmente estaba aprendiendo aquello que tenía que aprender o no. ¿Para qué sirve aprender?, le preguntó un día María. “Para que un día puedas trabajar, y así poder vivir y dar vida, tener tu propia hija. Es una misión muy importante. Por eso tienes que esforzarte y ser buena en la escuela”. Pero el día en el que podría cumplir con su misión se le presentaba muy lejano, casi ni podía imaginarlo. ¿Tendría la hormiga, en realidad, una misión mucho más importante que cumplir?
Ana, que estaba a unos metros del hormiguero jugando a la rayuela, vio a la soñadora María jugando solitaria. Dejó su piedra en el suelo y corrió hacia ella.
- ¿Por qué estás sola? ¿Qué haces?. - preguntó Ana.
- Juego a contar hormigas. - respondió María con tono indiferente. En el fondo, no le importaba la soledad. Estaba acostumbrada a jugar siempre sola en su casa.
- ¡Qué aburrido! - dijo Ana. - Anda, vente con nosotras.
Y María, echando una última mirada a la valiente hormiga, corrió hacia la rayuela.
A los 10 minutos sonó la campana que anunciaba el fin del recreo. Tocaba la vuelta a clase, aunque ahora quedaba menos tiempo para salir del colegio y regresar a casa. No es que no le gustara ir a clase, pero prefería pasar la tarde en su casa haciendo lo que quisiera, sin nadie que le dijera a qué o cómo tenía que jugar. Para volver al aula, todos los niños se pusieron en fila, como de costumbre. Ana contó instintivamente su posición. Sonrío al descubrir que era la número quince.
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Siempre me ha impresionado mucho la primera escena de "Tiempos Modernos", el film de Chaplin, donde un rebaño de ovejas sube unas escaleras, metáfora de aquella sociedad de masas producto del fordismo y de aquellos tiempos modernos. Sin embargo, aunque puede que tuviera mucha validez en su día, aplicarlo a nuestros tiempos me parece un error. Ya lo dijeron los teóricos de la información y la comunicación, los sociólogos, e incluso los publicistas: nuestra sociedad ya no es esa sociedad de masas. Pero, sin embargo, se me viene siempre a la cabeza una imagen análoga que, bajo mi punto de vista, define mejor nuestros "tiempos post-modernos": habría que sustituir a todas esas ovejas por hormigas. Las diferencias son claras: las ovejas necesitan la guía de un pastor, las hormigas, sin embargo, siempre tan perfectas, tan meticulosas y ordenadas, siguen su ritmo por otros motivos. No tienen la mano de alguien que les dice a dónde van, pero tampoco van a dónde quieren. Se rigen según las necesidades que su sociedad va creyendo correctas. Y a mi me parece que así vivimos hoy nosotros: vamos a trabajar, nos buscamos nuestro hueco, casi siempre remando en la misma dirección, y la dirección, ¿quién la pone?. No es Obama, ni Zapatero, ni Merkel, ni siquiera el mayor magnate económico que pueda existir. Son todos ellos juntos, somos nosotros, cual hormigas, las que aportamos nuestro pedazo de pan (o de dinero), a base de esfuerzo, al mundo que hemos creado. Basta de señalar culpables: como las hormigas, aquí todos somos víctimas y verdugos.
Es increíble. Lo que está sucediendo en el mundo parece una película de ciencia ficción barata. Pero lo más espeluznante es que nadie parece preocupado al respecto. No creo que sea porque al hombre no le importe el planeta donde vive, o por lo menos no quiero creer eso. En realidad se trata de un tema peliagudo, con muchísimos intereses económicos de por medio, que muchos quieren relegar a un segundo plano, y ahora es el momento ideal para ello porque estamos demasiados ocupados con la crisis económica. Pero los hechos son los hechos. Y, desgraciadamente, hay cosas más importantes en el mundo que vivir con menos dinero.
Es la vida misma la que está en juego. Señores, el cambio climático es una realidad inexorable, que nos afecta día tras día. Esto ya lo sabemos todos. Pues bien, no sé si algunos de ustedes ya sabrán que el Ártico está sufriendo de manera especial este cambio. Se está derritiendo, día a día, a un ritmo creciente. Y a nuestros dirigentes políticos y a nuestros dirigentes económicos, auténticos mandatarios de nuestro sistema, se les ha ocurrido una fabulosa idea. Una idea espléndida, como todas las grandes ideas de los hombres, y han visto en el Ártico el Dorado del siglo XXI.
“El Pasaje Noroeste del Ártico se ha abierto totalmente a causa del deshielo, dejando la vía abierta a una ruta entre Europa y Asia deseada durante mucho tiempo pero históricamente impracticable”, dijo la Agencia Espacial Europea. ¡Una nueva ruta marítima! El Polo Norte se derrite, y ellos, en vez de intentar subsanar el problema, en vez de organizar una cumbre de verdad para frenar el cambio climático, brindan con champán porque ahora habrá una nueva ruta marítima. Estados Unidos, Rusia, Canadá, Noruega y Dinamarca están ahora repartiéndose políticamente el territorio del Ártico. ¡Qué grande es la Humanidad! El Polo Norte se derrite, y los hombres solo ven su oportunidad para buscar nuevos yacimientos de gas y petróleo.
Y mientras tanto, ¿nadie ha pensado en el cambio que puede suceder en las corrientes marinas, de las que depende toda la vida del mar?, ¿nadie ha pensado en las consecuencias climáticas?, ¿es que nadie ha pensado en el peligro que corre el ciclo entero de la vida?
Queridos hermanos, a nuestra generación no le ha tocado la heroica guerra por la libertad de expresión, ni la lucha por la soberanía popular, ni perseguir el sueño de una humanidad unida imperialmente. Nos ha tocado el capítulo más oscuro y más absurdo de la Historia: el de la lucha del hombre contra el hombre mismo.
Y, como este es mi blog, me permito el lujo de dar un consejo a mis coetáneos: No hagan caso de todos esos libros de biología y psicología: el hombre nunca ha sido inteligente, siempre ha sido el más estúpido de todos los animales terrestres, condenado desde el momento en que se reconoció a sí mismo en el reflejo de las cristalinas aguas de un río, olvidándose de todo lo demás.
En estos días el mundo entero tiene los ojos puestos en un lugar casi siempre olvidado: Sudáfrica, elegida como sede para este mundial de fútbol del año 2010. Pero desde el andén nunca se habla de lo que todos hablan. Yo vengo a contarles la historia tan peculiar de este país.
Fue hace apenas cinco años cuando comencé a leer libros sobre el África subsahariana. Libros, por supuesto, siempre escritos por los occidentales. Por aquellos mismos que provocaron el caos territorial de África en la época de la colonización del siglo XIX. Me sorprendió. Aquella África que empecé a descubrir no tenía nada que ver con aquella imagen de “pobres negritos muertos de hambre que viven en la miseria” que ofrecen aun los medios de comunicación, la propaganda de las ONGs, y los misioneros católicos. Recuerdo que cuando estaba en el colegio marianista todos los años nos pedían dinero para los niños negritos pobres de África. Pero nadie nos habló nunca de aquellos niños, ni nos explicarón por qué estaban en esa situación nior qué estaban obligados a vivir de la caridad. Ellos eran los otros, desconocidos, desfavorecidos, subdesarrollados, sin fortuna, escusa perfecta para acallar nuestra conciencia dándoles un par de euros al año. ¿Qué quienes eran? Que absurda pregunta, a nadie le importaba. Y yo llegaba a clase orgullosa por haber metido a escondidas un poco de mi dinero para dárselos a aquellos niños desgraciados.
Pero, por fortuna, las personas crecen. Y mi curiosidad nata me hizo investigar aquello que nadie me contaba y que yo quería saber. Cuando comencé a estudiar historia y filosofía de una forma más seria me di cuenta de una cosa: que con el paso del tiempo, se demuestra que todos los pensadores y científicos precedentes, pese a tener parte de razón, estaban equivocados. Desde Platón a Newton, todos tenían una visión del mundo distinta de la que tenemos hoy. Su mérito residía en que sus conclusiones llevaron a otras, y sus preguntas a nuevas preguntas en una constante evolución de nuestro pensamiento. Luego, pensé, seguro que lo que me cuentan no es verdad, no me debo fiar de nada, pues dentro de 100 años todo será distinto. Y así nació mi espíritu crítico, ese que me llevó a no conformarme con la visión de África dominante y a intentar descubrir otros puntos de vista.
Hay muchos mitos de África que numerosos periodistas, historiadores y literatos han puesto en entredicho. Mitos que nacieron de la mano de los periodistas occidentales de los siglos XIX y XX, de esas crónicas de expediciones al continente que aumentaban la tirada de los periódicos sensacionalistas de la época, y que aún perviven en nuestra sociedad. Por ejemplo, esa creencia popular de que África es un país pobre, subdesarrollado y sin recursos. África tiene recursos. Su cultura, pese a no ser científica, no es peor que la nuestra si pensamos en donde nos está llevando nuestro “desarrollo” científico. Y el principal problema de África no es la pobreza; ésta es solo la consecuencia del auténtico problema de África: un gravísimo problema político y territorial que tiene unos claros responsables directos: los colonizadores europeos del siglo XIX. Con el “Tratado de Versalles” los europeos, con un lápiz y un papel se dividieron la totalidad del continente africano según criterios geográficos, sin embargo, la división territorial africana precedente era fundamentalmente cultural y étnica. Así, tribus enemigas quedaron unidas bajo el mandato político de aristocráticos europeos que solo buscaban su propio enriquecimiento y poder. Al final, la población autóctona acabó revelándose contra la colona y comenzó la violenta y cruenta descolonización, pero las raíces del problema siguieron ahí, hasta nuestros días.
Pero la historia de Sudáfrica es excepcional. Sudáfrica, antes de la llegada de los europeos, era un vasto territorio con algunas poblaciones concentradas de tribus, diversificadas y expandidas en ese territorio que aún no tenía nombre en su conjunto.
Los primeros en llegar fueron los portugueses. En 1487 Bartolomé Díaz fue el primer Europeo en alcanzar el territorio, denominando su punto más meridional “Cabo das tormentas”, debido al mal tiempo que experimentó en la región. Cuando volvió a Portugal cargado de noticias sobre el descubrimiento, el Monarca Juan II de Portugal quiso cambiarle el nombre por el de “Cabo da Boa Esperança” y prometió establecer desde ese punto una ruta marítima para que los portugueses pudieran ir a buscar las riquezas de La India. Los primeros relatos escritos de la historia de Sudáfrica se obtuvieron de los primeros navegantes y los náufragos supervivientes.
El 6 de abril de 1652, Jan van Riebeeck estableció un puesto de aprovisionamiento de recursos para los navíos comericiales en el Cabo de Buena Esperanza, de la mano de la “Compañía Holandesa de las Indias Orientales”. Y fue este el auténtico origen de Sudáfrica. Durante los siglos XVII y XVIII la pequeña colonia se fue extendiendo lentamente. Pero los colonos, en un principio fieles a la corona holandesa, se fueron topando con los pueblos autóctonos. Se desencadenaron así una serie de guerras, originadas por conflictos por la tierra y los víveres. Para costear la guerra y ganar trabajadores, se trajeron esclavos de Indonesia, Madagascar e India. Descendientes de esclavos, que a menudo se casaban con colonos holandeses, fueron luego clasificados como mestizos del Cabo y malayos del Cabo, constituyendo casi la mitad de la población de la provincia del Cabo Occidental.
Gran Bretaña ocupó el área del Cabo de Buena Esperanza en 1797 durante la cuarta guerra anglo-holandesa. Los holandeses declararon la bancarrota, y los británicos se anexionaron la colonia del Cabo en 1805. Los británicos continuaron las guerras contra la población colona, consolidando y promoviendo nuevos asentamientos británicos. Debido a la presión de las sociedades abolicionistas de Gran Bretaña, el Parlamento Británico paró su Comercio de esclavos en 1806. La esclavitud se abolió en todas sus colonias en 1833.
Mientras tanto, aquella compañía holandesa llegada siglos atrás se fue desligando de la corona holandesa, creando su propia cultura y lengua: así fue desarrollándose el pueblo afrikáners, desarrollándose en otros territorios de Sudáfrica.
Los descubrimientos de diamantes en 1867 y el oro en 1886, animaron el crecimiento de la economía y la inmigración, intensificando la subyugación de los nativos. Sucedieron en esta época más guerras provocadas por los británicos contra la población autóctona, los boers. A su vez, el territorio de Sudáfrica se estaba comenzando a dividir política y territorialmente.
Los británicos acabaron derrotando a las fuerzas Bóers. El Tratado de Vereeniging declaraba Soberanía Británica total sobre las repúblicas sudafricanas. Una de las principales disposiciones del tratado era que a los negros no se les permitiría votar salvo en la Colonia del Cabo.
Después de cuatro años, la Unión Sudafricana fue creada a partir de la Colonia del Cabo, la Colonia de Natal y las repúblicas del Estado Libre de Orange y el Transvaal, el 31 de mayo de 1910. En 1934 el partido sudafricano y los partidos nacionales se fusionaron para formar el Partido Unificado, que buscaba la reconciliación entre los afrikáners y los blancos angloparlantes, pero se escindió en 1939 en la decisión sobre la entrada en la Segunda Guerra Mundial como Aliado del Reino Unido. El ala más conservadora del Partido Nacional comenzó a simpatizar con la ideas gestadas por la Alemania nazi. Así nació el Apartheid, que dividiría a población blanca de la negra hasta 1990.
En el año 1961 se constituyó territorial y políticamente el territorio sudafricano proclamándose la República de Sudáfrica, ahora independiente de la política europea.
Sudáfrica nunca fue un país pobre. Sin embargo, con el apartheid, la brecha entre pobres (negros) y ricos (blancos) se acrecentó de forma espectacular. La población negra se vió obligada a vivir durante años en auténticos guetos, los famosos “township”. Se realizaron traslados masivos de la población negra y mestiza a estos enclaves urbanos que carecían de cualquier servicio higiénico, energético o sanitario, y a los que a la población blanca se le tenía igualmente vetado el acceso. La población negra y mestiza tenía completamente prohibido cualquier contacto con la población blanca, tanto en el ámbito público como en el privado, y se limitaban a sobrevivir con los trabajos desechados por la población blanca.
La justicia llegó cuando en 1990, con Mandela al frente, el Congreso Nacional Africano con su política anti-apartheid, consiguió ganar las elecciones, poniendo fin al ya debilitado régimen racista.
Desgraciadamente las diferencias económicas no han sido todavía saldadas. En Sudáfrica todavía son mucho más numerosos los pobres negros que los blancos, y se siguen apreciando en muchas localidades los vestigios de las antiguas townships. La verdadera igualdad entre la población se sigue aún luchando.
Pese a todas sus desgracias, Sudáfrica ha siempre el país privilegiado del África subsahariana, uno de los pocos con una democracia consolidada y relativa libertad de prensa y expresión. Suerte que no corren sus países vecinos. ´
Si queréis saber más sobre la historia del África Subsahariana y su desarrollo periodístico podéis contactar conmigo y descargaros mi trabajo de investigación de 166 páginas sobre el periodismo africano realizado en el año 2009 para la Universidad de Sevilla. Uno de los pocos trabajos disponibles sobre el tema en lengua española, documentado en una decena de libros y el análisis directo de cientos de páginas web de prensa africana, la mayoría en inglés. Aunque se trata principalmente de un trabajo de traducción, pienso que es una importante fuente de recolección de datos, completada con la visión propia de un senegalés sobre el periodismo de su país y otros temas interesantes, como la igualdad de género en la prensa africana, la prensa africana occidental o los problemas de libertad de expresión.
También tenéis un listado de páginas web de medios de comunicación africanos en: http://periodismoafricano.blogspot.com/
Pájaros enloquecidos, gritan, vehementes, asqueados de tanta miseria, al otro de la ventana. Yo, enraizada y cubierta de polvo, tapada con una sucia manta descosida, los escucho en silencio. La opera del mundo se despierta y danza para mi, y yo aun no le he dicho adiós al ayer por temor a las despedidas. Sigo.
Grita mi mano dejando tras de sí un rastro de ceniza: ayer murió el bien y esa sonrisa que me cosí por temor a perderla, y que siempre la voy perdiendo porque a veces me gusta quitarme las pesadas gafas. Alivio a mis ojos. Dejar de ver y saludar. Racionalidad absurda.
Y así, resuenan con eco todos esos bramidos y esa furia enmascarada, hermana del vacío del ser que es demasiado. La bondad tirada a la basura por estar demasiado sucia. Resuenan sin cesar las trompetas de la victoria del diablo. El árbol de la ciencia se ha quedado sin manzanas.
El baile del sol ya ha comenzado, y la vida bebe de nuevo de esa agua que la va matando poco a poco. Y mi alma, que nació rebelde, no tiene sed. Quizás luego beba del agua del váter que ha atascado por cagar una mierda enorme de felicidad color rosa.
Viendo el horizonte de mi playa, el festival de colores y matices del atardecer gaditano, en un día “normal”, como otro cualquiera de mi antigua vida, tomé una decisión sin saberlo. Supe que algún día descubriría qué es lo había más allá. Tomé otra decisión unos días más tarde, al reojear la biblioteca de mi casa. Cogí un libro entre todos, sin saber muy bien por qué, de un autor del que nunca había oído hablar antes. Nadie en mi casa había leído ese libro. Le pregunté a mi madre que por qué lo tenía y me dijo que se lo habían regalado con el periódico otro domingo; y así, mi madre tomó también ese domingo una decisión por mí, siempre sin saberlo. Ese libro es a día de hoy mi libro favorito, su escritor, mi periodista favorito y mi gran ejemplo a seguir. De una manera u otra, esa unión de hechos banales cambió por siempre mi destino. Me pasé todo la vida creyendo que estudiaría ciencias, lectora fiel de las revistas científicas, apasionada del dibujo técnico, y unos días antes de seleccionar la universidad que quería, dije: no, arquitectura no, mejor periodismo. Y nadie se opuso, aunque muchos hubieran deseado que las cosas no fueran así, pero, ¿cómo negar a alguien realizar la cree que es su vocación?
En esta vida todo es fortuito. Nos creemos dueños de nuestro destino, nos creemos que tomamos todas nuestras decisiones conscientemente, pero no es así. En absoluto. Estoy en Teramo porque lo elegí como primer destino Erasmus (pero me ofrecieron Teramo porque estudio periodismo en Sevilla, y quise irme fuera porque el mar y sus atardeceres me hicieron al alma viajera). Pero en absoluto estaba eligiendo mi destino. Nunca, jamás, se puede predecir con exactitud el futuro. Y creía que lo tenía todo controlado… pero fallé en mis cálculos. No sabía aún que un viaje, aunque lo hagas solo, jamás será solo tuyo. Es también, irremediablemente, de todas las personas con las que te encuentras por el camino. Una serie de personas que jamás puedes imaginar que conocerás y que acaban formando parte de tu vida, eligiendo por ti, sin darse cuenta y sin quererlo, tu destino. Mi vida jamás será la que fue y no será como yo creía que sería. Así que ahora, casi a las puertas del final de mi aventura italiana, he decido no pensar más en el futuro y mirar solo al presente. Y todo lo demás está aún por decidir. O quién sabe si quizás la decisión está ya tomada, como pasa siempre, de forma inconsciente. El futuro, recordad muy bien esto, NUNCA se puede decidir juiciosamente. La propia existencia no es sólo de uno mismo, porque la vida la formamos todos los que vivimos.