Author: Marta Álvarez Martín
•8:40

Érase una vez una niña a la que le gustaban mucho las historias. Cada noche le pedía a su padre que le contara un cuento y dormía soñando con ser princesa o ser cisne, con lugares fantásticos y mil y una aventuras. En sus cuentos todos los finales eran felices. Pero un día el padre se fue. La niña creció y el príncipe nunca vino. Acaecieron muchas aventuras, pero ninguna alegre. Y ella odió por siempre las cuatro paredes de una casa desconocida donde solo estaba ella y un cuaderno, que se convirtió en su único y verdadero amigo. ¿A quién más podría confesarle tantas sensaciones? ¿A quién más iba a importarle los sentimientos de una simple niña?

“Absurda lucha contra la soledad”, escribió un día. Absurda lucha. A las personas solo les preocupan sus problemas. A nosotros solo nos preocupa nuestra propia soledad, por eso es absurdo luchar contra ella. Quizás tuviera razón… y lo sabia… pero, condenada mortal, ella seguía siempre luchando en esa batalla perdida de antemano.

¿Conocemos a las personas que viven a nuestro alrededor? ¿Realmente nos interesan o son solo peatones en nuestro afán por no sentirnos solos? “¿Vidas o decorado?”, escribió un día.

La niña creció y dejó de ser niña. Y un día se marchó de su casa en busca de su propio cuento. Hacía tiempo que había dejado de creer en los príncipes. Le tocó vivir en un mundo en descomposición, en un sistema de valores y creencias que se destruía a sí mismo. El poder de la imagen y la fuerza de la apariencia empezaban a ser cuestionados. Nadie creía en nadie. Ella tampoco creía ya en nada… o si. Cada noche jugaba a ser princesa de un par de horas, cazadora de falsos príncipes. Y seguía leyendo libros para poder llegar más lejos. El mundo le parecía demasiado pequeño y las personas demasiado banales… un escenario de sobra conocido. Siempre las mismas historias, los mismos problemas, los mismos sentimientos. La misma lucha absurda contra la soledad. La misma esperanza difusa de poder ser capaz algún día de ver más allá de nuestros propios ojos. Por eso le gustaban mucho las historias y los cuentos. Por eso había mañanas en las que no quería despertar. Pobre infeliz, vivía soñando con ser algo que siempre había sido, pero que nunca supo que fue. Murió tal vez sin descubrir que a la autentica compañía le gusta disfrazarse de soledad.


Author: Marta Álvarez Martín
•6:59

La odiaba, la odiaba con toda su alma, porque jamás pudo llegar a entenderla. Iba andando, descalzo, cabizbajo, pisando todas las flores del jardín. ¿Cómo se puede volver atrás en el tiempo? Las lágrimas regaban su miseria, y las flores marchitas no contestaban a sus preguntas.

Mientras, ella, tumbada en la cama, escribía una carta: “Mi amor, lo siento. Siento decepcionarte. Podría pedirte perdón, suplicarte de rodillas que vuelvas a mí. Pero sé que no me quieres, que nunca me quisiste. Quisiste al reflejo de lo que querías que fuera, a una ilusión que solo vivía en ti. Siento haberte hecho daño. Te quiero.” No, ¿para qué darle esa carta? No la entendería. Rompió con furia el papel y lo tiró a la papelera.

Él se arreglaba para salir esa noche. Camisa nueva, zapatos limpios, pelo engominado, colonia. Era el comienzo de su nueva vida, una nueva vida sin ella.

Ella coge cualquier cosa del armario, se la pone sin ganas. Ha quedado con sus amigas por compromiso, no quiere que los demás piensen que está mal. Irá a la discoteca, se emborrachará como una cuba y tratará de que la noche pase lo más rápido posible. Ojalá pudiera acelerar el tiempo…

Un ron con Coca-Cola, dos, tres. Un porro de marihuana. Un whisky. Pastillas. Otro ron. Cocaína… Son las 4 de la mañana. Sus miradas se encuentran. La música se para. Él se lanza a la chica que tiene al lado, la besa con pasión. Ella se va corriendo al servicio: vomita todo lo que tiene en el estómago. La noche pasa, fugaz como una estrella.

Él amanece con una chica al lado. No recuerda su nombre. La besa con fuerza y mientras le hace el amor recuerda su mirada…

Ella se despierta con dolor de cabeza. Llora un rato. Mira sus fotos… y las guarda. Se despide. No volverá a mirar hacia atrás porque la vida siempre sigue hacia delante.