Author: Marta Álvarez Martín
•4:05
Ayer me sentía valiente y hoy… ya ves, ni siquiera me acuerdo de cómo tenía que empezar. Quería contarle… no. Quería contarte, a ti (a quién si no), lo que sentí… la razón por la que ya no creo en el amor. La razón por la que me siento ahora tan… vacía, sí, eso es, vacía. Es algo peor que la soledad, es… más que eso, es como la soledad pero de uno mismo. Mi propia soledad perenne al sentir que no soy yo, que no puedo ser yo ni jamás podré volver a serlo, no después de haberte conocido. No después de aquella noche. ¿Sabes de qué noche hablo? ¿La recuerdas? El agua del río bailaba para nosotros y las estrellas nos observaban desde el infinito. Todas aquellas luces de aquellas casas que recordaban a tanta gente que ni siquiera existía. No para nosotros. Solo estábamos tú y yo aquella noche. Nada importaba. Nada. Quizás no lo entiendas… quizás no comprendas hasta qué punto son sinceras mis palabras. Fue aquella noche, la única noche en mi vida en la que fui verdaderamente inmortal. ¿Sabes lo qué es eso, ser inmortal? ¿Lo que eso supone? Después de aquello, la vida solo me puede parecer incompleta, imperfecta, inexacta, innecesaria… inconclusa. Fue el mejor momento de mi vida. No había miedo, no había nada, te repito. Solo amor, y un ser, completo después de tantas noches de oscura soledad. Y yo, con esa sonrisa perenne, pronunciando las palabras más verdaderas de mi vida, disfrutando de cada segundo, aspirando al máximo aquel momento que, vivido, no tenía fin. Pero lo tuvo. Y volví a ser mortal. Volví a ser incompleta. Mi ser volvió a perderse entre tanta luz y tantas tinieblas. La felicidad dura un segundo, porque siempre anda cambiando de lugar, y nunca somos capaces de seguirla. Se fue. Yo me fui. Tú te fuiste. Quedaron el río y las estrellas, pero ahora no son más que un absurdo decorado. Y lo peor, lo peor de todo esto, es que sé que el tiempo no da marcha atrás. Que no podré volver a tenerte, ni a recuperar esa parte perdida de mi. Y me duele tanto… los minutos se me clavan como agujas, las noches nunca acaban ya. Ahora no río pero tampoco sufro. Ahora ni siquiera nadie me hace sufrir. Ahora solo cumplo la condena de haber sido la mujer más feliz del mundo porque es completamente verdad que todo tiene un precio. Y así es. Ahora, solo puedo sentirme desdichada. Y es que no puedo tenerte a ti, y tampoco puedo tenerme a mí, porque cada vez estoy más segura de que jamás podré volver a querer a nadie tanto como te quise a ti, tanto como me hiciste quererme a mi.