Tuve que cenar algo que no debía. Quizás fue la locura de Edgar Allan Poe. O los últimos versos de Neruda. Los restos de un poema quemado por no tener la tinta suficiente para poder concluirlo. Tal vez esas fresas con nata que tanto me gustan. O tal vez esa sonrisa de Mona Lisa. O ese grito de Munch. La sinfonía número 5 en D menor de Kurt Atterberg. El fantasma de Edwar Scissorhands. Y te creí olvidado, y, ya ves, me visitaste anoche. Me abrazaste, me besaste y me amaste en otra dimensión. Volé, llegué, deseé. Gocé bajo una lluvia de orgasmos color canela. Puro hedonismo desenfrenado.
Y cuando el sol estaba a punto de aparecer, con la boca manchada de vino, me grabaste con un punzón en la frente que ahora no era un buen momento.
Un frío en los pies vino a darme los buenos días. En el baño vomité los restos de la cena de anoche. En un solo instante, el pasado se adueñó del presente y el futuro expiró a la dimensión lontana. Mi ser reducido a cenizas color granate.
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