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Volver allí es siempre regresar. Regresar a las casas de piedra, los tejados rojos, los muros marrones. Al verde que todo lo envuelve. A esa atmósfera húmeda y esas nubes grises que siempre acechan. Y que todo lo riegan. A una melodía de una gaita que resuena en mi interior. A una taberna con el suelo lleno de pienso y olor a sidra. Al irresistible sabor del cabrales. Y al marisco, la carne roja, la fabes… A los “fillos” y los “guajes”. A las excursiones improvisadas. A los ríos de agua fresca y deliciosa y a las interminables montañas. A las calas rocosas del Atlántico. Y a volver a ver a una abuela que grita compañía en un extraño lenguaje, con mucho mimo. Y a unos tíos y unos primos llenos de cariño. Pero sobre todo, a sentir su invisible presencia. Su eterno recuerdo. Su intenso dolor. Su ser esparcido en cada rincón de su tierra. Esa es mi Asturias. Y por eso, siempre tendré el corazón partido en dos. Con una espina clavada en el centro. Puede que no esté aquí, pero para mí siempre está.
1 comentarios:
Precioso, Martita... pero... ¿Y Sevilla? ;P