Author: Marta Álvarez Martín
•17:27
Nadie conoce su nombre y ni siquiera tiene apodo. Su cabello asemeja un nido de gulas: gris hojalata, enmarañado y viscoso. Su larga frente, arrugada por los años, siempre está fruncida, arrogante y pretenciosa. De sus ojos brota el fuego amargo de la vida; siempre, con esa mirada rojo furia, delatando al auténtico tirano del alcohol. Y de su boca amoratada ya sólo escapan blasfemias en un lenguaje incomprensible y desmesurado; chillidos que asustan a los niños y a los pájaros. Sólo le importan sus manos como pezuñas, sus muñecas sin reloj; sus uñas ennegrecidas, sus dedos amoratados y gruesos, señalando la nada. Lo demás le sobra. Le sobra su barriga ahuecada, sus piernas entumecidas, su miembro muerto. Sus ropas descosidas. Le sobra el olor a miseria. Los zapatos hechos con cartones. Los pies que no van a parte alguna. Le sobran los días. Le sobra el tiempo en el mundo en el que nadie sabe su nombre.
Author: Marta Álvarez Martín
•1:14

No se ha ido. No, aún no. Aún está aquí. ¿Cómo se va a ir? Si la veo cada día, la escucho cada día. Ella aún no se ha ido, aunque todos digan que si. Mienten. No se puede ir. Todavía, no. Pero ya no está. Su sillón está vacío y su casa huele a ausencia. Y aquel día, cuando vimos aquellas flores y aquella caja que se selló, pensamos que ella se quedaría ya allí. Y lloré, amarga y dolorosamente, pensando que no la volvería a ver, que no la volvería a besar, ni abrazarme a ella ni decirle que la quiero. Porque creía en la muerte. Anticatólica, antiapostólica, antiromana. Antidioses antileyes. Que joven era entonces, cuando pensaba que bastaba con no creer en Dios. Tanto pensar en lo imposible de su existencia, temblando ante el solo pensamiento de la muerte y su guadaña, y nunca me había parado a creer y pensar en la vida..

Confieso que sigo llorando, a veces, porque no sé si ella sabe que todavía no se ha ido. Y me hubiese gustado que lo supiera. Me gustaría habérselo dicho. Haberle dicho en el último momento que no se preocupará, que no iba a ninguna a parte, que la volvería a besar y a abrazar cada noche de mi vida. Que estaría siempre conmigo. Hasta que agridulcemente nuestro rastro se borrara con algo más maravilloso.




















Es la vida, y no la muerte, la que permanece.